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En primera persona: De trabajador humanitario a refugiado y de regreso a un Sudán en guerra

Sudán enfrenta una de las crisis humanitarias más grandes y complejas del mundo. Unos 30,4 millones de personas, más de la mitad de la población, necesitan asistencia humanitaria urgente. Sin embargo, el plan de necesidades y respuesta humanitaria para 2025 carece de la financiación adecuada, con solo el 13,3% de los recursos requeridos recibidos hasta ahora.
Aunque se vio obligado a huir del país con su familia tras la intensificación del conflicto, Adam Ibrahim regresó para ayudar a las personas afectadas por la guerra en Darfur. En vísperas del Día Mundial de la Asistencia Humanitaria, que se conmemora cada 19 de agosto, describió su viaje: de trabajador humanitario a refugiado y de regreso a Sudán.
"Estaba en casa ayudando a mi hija a repasar para sus exámenes de sexto grado, programados para el día siguiente. De repente, el sonido de intensos disparos rompió el silencio en mi ciudad natal, Zalingei, capital del estado de Darfur Central, que aún sigue sumida en la inseguridad y la escasez crítica de servicios básicos.
Al principio pensé que los disparos cesarían pronto. Corrí a abastecerme de comida y agua para seis días. Pero las calles se convirtieron en campos de batalla. Lo único que podía hacer era intentar mantener a mi familia a salvo.
A pesar del caos, seguí trabajando. La electricidad y el acceso a internet eran esporádicos, pero mantenía mi teléfono cargado para enviar actualizaciones diarias al responsable de la Oficina de Coordinación de la Ayuda Humanitaria (OCHA) en el país. Eso me daba un propósito en medio de la incertidumbre.
Finalmente, se volvió demasiado peligroso quedarse.

El camino del desplazamiento
Tras 39 días de conflicto, huimos. Nuestra familia de 10 personas comenzó un viaje desgarrador sin destino claro, solo con la necesidad desesperada de escapar. Dejamos atrás más que paredes y pertenencias: dejamos atrás una vida construida con amor y esperanza.
Primero llegamos a Nyala, en Darfur del Sur, luego a Kosti, en el estado del Nilo Blanco. Desde allí cruzamos la frontera hacia Sudán del Sur y finalmente llegamos a Uganda, un país del que había oído que ofrecía estabilidad y un buen sistema educativo para los niños. El viaje en automóvil duró 23 días. Mis hijos no tenían pasaportes, y en ese momento no había campamentos de refugiados para ciudadanos sudaneses.
Para mi alivio, las autoridades migratorias de ambos países fueron amables y comprensivas. En Kampala, alquilamos una casa y obtuvimos el estatus de asilo en tres días. En el momento en que sostuve nuestras tarjetas de refugiados, exhalé profundamente y pensé: “Lo logramos”.
Inscribí a mis hijos en la escuela y comencé a trabajar en línea, encontrando finalmente una sensación de estabilidad.
Allí estaba yo, un trabajador humanitario convertido en refugiado, necesitando el mismo apoyo que alguna vez brindé a otros.

Regreso a Zalingei
Meses después, enfrenté una decisión difícil. ¿Quedarme con mi familia o regresar a Darfur y continuar con el trabajo que había hecho durante años? Elegí regresar.
Dejar a mi familia fue increíblemente duro, pero su seguridad era lo más importante.
Volví a Zalingei con un renovado sentido del deber para servir a quienes aún estaban atrapados en las dificultades que yo mismo he vivido. También soy el único sostén económico de mi familia y necesitaba asegurarme de que pudieran sobrevivir en Uganda.
Mi ciudad natal cambió
Cuando llegué a Zalingei, apenas la reconocí. Los edificios estaban llenos de agujeros de bala.
Encontré a otra familia refugiada en nuestra casa: un médico y su familia, cuya vivienda había sido destruida. Les permití quedarse, apartando una pequeña sección para mí y un colega. La casa había sido saqueada. Las ventanas ya no estaban y nuestras pertenencias habían desaparecido. Esperaba encontrar los certificados escolares de mis hijos, fotos, cualquier documento que hubiéramos dejado. Pero todo se había perdido.
Todos estaban armados, incluso niños de apenas 15 años. La gente estaba tensa, traumatizada, siempre esperando la próxima ola de violencia.

Ametralladoras y ruinas en Darfur Occidental
No me quedé mucho tiempo en Zalingei. Pronto me llamaron a El Geneina, en Darfur Occidental, una ciudad devastada por la violencia, donde la gente necesitaba desesperadamente apoyo humanitario.
Las calles de El Geneina estaban llenas de restos de vehículos militares incendiados. Hombres armados patrullaban en camionetas con ametralladoras montadas.
Las necesidades humanitarias eran enormes. La gente carecía de alimentos, refugio, artículos básicos, atención médica, agua potable y protección, pero nunca hemos tenido suficientes recursos para todos.
Familia, sacrificio y esperanza para Sudán
Es desgarrador presenciar el sufrimiento causado por los recientes recortes de financiamiento de los donantes. Muchas organizaciones se han visto obligadas a reducir sus operaciones, dejando a innumerables personas sin ayuda.
Aun así, hacemos todo lo que podemos.
Entre 2023 y 2025, hemos asistido a más de 800.000 personas desplazadas con ayuda vital en Darfur Occidental y Central.
También he trabajado con colegas de OCHA en Chad para coordinar convoyes humanitarios transfronterizos hacia Darfur.
Estos convoyes son auténticos salvavidas, llevando alimentos, medicinas y suministros a comunidades aisladas por el conflicto.
Hoy, sigo en Sudán.
Mi familia sigue en Uganda. Los visito una vez al año, pero la separación es dolorosa.